lunes, 25 de octubre de 2010

LO QUE YO MAS QUIERO







Hace unos días, metido en ese triste proceso de filosofar cuando nos está yendo de la patada, me puse a pensar en qué quería yo  de la vida y que todavía no he conseguido. Después de casi cinco largos y eternos segundos decidí hacer una lista de esas pequeñas cosas que uno tanto anhela y a veces no puede tener...

Y en primer lugar me topé con mi frustrado anhelo de ser músico; tener el privilegio de tocar cualquier instrumento, tener el gusto de cantar sin tener que mandarme unos cuantos gallos que ya los quisiera Dionisio Gutiérrez, de garrapatear en un pentagrama, qué sé yo, unas cuantas fusas, semifusas, silencios y corcheas, pero ¡MANAC!, como dicen mis compatriotas kakchiqueles, resulta  que no soy capaz de sacarle  una sola nota  ni siquiera a uno de esos pitos de barro con forma de pajarito que venden en el Mercado Central, si hasta silbando desafino y que conste que ya no puedo silbar, mucho menos chiflar, así que a menos que me las dé de  rapero, no creo que vaya a tener mucho éxito que digamos en el campo musical; por lo tanto ese deseo queda descartado.

Luego me encontré con el ansia reprimida de ser programador de radio, ¡hijuela...!, es más probable que Obama venga a cenar a mi casa un domingo cualquiera a que yo pueda conseguir espacio en alguna de las estaciones de radio que pululan en Guatelinda; primero porque no soy de la foto y en Chapinlandia eso cuenta mucho, segundo porque mis medidas triplican el 90-60-90 indispensable para guiñarle el ojo al director de la emisora y tercero porque creo que soy muy aburrido y me se traba la leguan. De plano ... descartado.

Siempre he soñado con tener una mi humilde mansión en la Antigua Guatemala, pero eso¡ sí tá camaron!, con lo que gano apenas si podría engancharme una covachita  en los asentamientos que reberbellan por el Puente del Incienso; olvídense que pueda conseguir la plata para comprar algo en la Antigua, si cada vez que voy por allá me desajusto con la pagada del parqueo obligatorio para poder dejar el charnel  en las empedradas calles de la ciudad colonial; como diría Abdón ¡estará bueno! ¿o no?.

Después me recordé de que me muero de ganas por conocer las Uropas; en todo caso,  si me sobra algo cuando termine de pagar la casa en Antigua, les aviso. Mientras tanto me tengo que conformar con ver el Discovery Channel y ponerme a llorar a moco tendido cuando termina el documental.

De mis aventuras con alguna estrella porno, mejor ni les cuento...

Otra cosa que siempre me ha provocado curiosidad es poder observar o tener un close encounter of third kind con algún platillo volador, sin embargo todavía quiero conservar mi virginidad interplanetaria, de modo que mejor los veo por la tele, son menos peligrosos y lo único que quieren, como todo el mundo, es echarle penca a los gringos, ¡allá ellos!

Sin embargo, hay algo que deseo con todo mi corazón y espero que eso sí me lo brinde el Colocho y es que, en realidad, lo único que quiero es llegar a viejo, lo único que deseo con vehemencia es poder respirar cada mañana el aire bendito, no importa si está contaminado, con el que nos bañamos cada amanecer en Guatemala, que conste que esto no es ninguna figura literaria, en serio, bañarse con agua acá suena a utopía.

Quiero llegar a viejo y contar las horas que he vivido para no contar las que me faltan para morir,añoro  llegar a viejo para lanzarle una mirada al sol y coquetear con las nubes que se desplazan lentamente cuando llega el ocaso. 

Espero llegar a viejo y poder aspirar el aroma del hueledenoche que me embriaga cada día cuando voy al trabajo... y tragarme el ruido de los carros... y patear una piedra pequeña que se quedó abandonada en el camino.

Lo único que quiero, en serio, es llegar a viejo y fumarme un verso corto, pero sustancioso, para darle las gracias a Dios por darme cada río, cada montaña, cada volcán, cada jardín, cada mujer hermosa que pasa sin voltear a verme;por darme  cada hijo que se desvela tratando de entender la aritmética, por darme cada madre abnegada que sueña con el día de un regreso que nunca llega; por cada niño que me revienta la espinilla en la chamusca, por cada vendedor, por cada trabajador que va con cara somnolienta recostado sobre el vidrio del bus urbano, por cada perrito callejero que espera a que el semáforo ponga rojo para cruzarse la calle o se sube a una pasarela para atravesarse el periférico y caminar en busca de quién sabe qué cosa en quién sabe qué extraño lugar.

Y, finalmente, cuando me haya emborrachado hasta la saciedad de la vida,quisiera poder dormirme para siempre acostado en un mullido sillón, con las manos entre los bolsillos del saco, con una sonrisa pintada en el rostro  y un ¡GRACIAS SEÑOR! como último suspiro...

Para mi mala fortuna, como están las cosas en Guate, creo que tampoco voy a poder cumplir ese sueño.

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