miércoles, 6 de octubre de 2010

LAS MARAS




Por curiosidad me puse a investigar todo lo referente a este grave problema socioeconómico que representan las maras. Todo aquello que encontré asociaba el aparecimiento de estos grupos delincuenciales con la influencia norteamericana de las Gangs o pandillas  surgidas en los suburbios más empobrecidos de las grandes urbes americanas.


Por otro lado, se mencionan como coadyuvantes para su desarrollo a un montón de factores sociales y familiares que permiten la inserción de los jóvenes en estas pandillas.


Y hasta aquí, todo perfecto, pero ¿serán estas las verdaderas razones por las cuales las maras han alcanzado tanto poder en Guatemala?, ¿fueron las políticas anti inmigratorias de los gringos la verdadera causa del asentamiento de estos rufianes en nuestro territorio?

Sí y no. Nadie puede objetar que las pandillas son el resultado de un deterioro de la calidad social de los países y que el no poder acceder a muchos satisfactores económicos favorece el surgimiento de estos grupos, sin embargo, en Guatemala el aparecimiento de las maras obedece más a motivos político-económicos que sociales.

Durante el conflicto armado interno el poder de la guerrilla aumentó considerablemente y los movimientos sociales sirvieron de campo fértil para  mantener  el número de efectivos combatientes dentro de ella. En la otra mano la credibilidad internacional del Ejército se encontraba muy deteriorada a raíz de los dos golpes de estado acaecidos durante la década de los 80 ya que las políticas de tierra arrasada, la creación de las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) y el aumento de la represión a nivel urbano se estaban convirtiendo en una pesada carga para la institución militar. 

De esa cuenta el Ejército vio que la única manera de mantener el poder sin que la comunidad internacional interviniera, era regresar a la institucionalidad del país, elegir autoridades civiles, pero sin dejar de detentar ese poder y descargar en gobiernos democráticamente electos esa responsabilidad ante los organismos internacionales.

Esta política tenía varios objetivos:


1.  Mantener intacta la ayuda militar estadounidense, condicionada por el respeto a los derechos humanos de la población civil por  parte de la entidad castrense.

2. Controlar los movimientos y grupos sociales y deslegitimizar sus causas.

3. Evitar el reconocimiento  internacional a la beligerancia de los grupos guerrilleros poniendo a éstos como terroristas subversivos y



4. Conservar su  hegemonía a través de grupos de poder paralelo.
















Mas, ¿cómo controlar a los grupos de la sociedad civil cuando ya la represión no es un arma infalible; cómo cambiar sus demandas aparentemente justas en atentatorias contra el bienestar social y en un  peligro para la institucionalidad del Estado?


La respuesta fue contundente: Crear grupos de choque, pero no aquellos  que actuaban de la manera convencional, no policías contra manifestantes indefensos, todo lo contrario, en este caso las víctimas deberían pasar a ser victimarios y las fuerzas de represión estatal quedar como fieles defensores del orden.


Y el primer gobierno civil electo por la vía democrática desde Méndez Montenegro tenía la solución.















Justamente fue en el gobierno de la Democracia cristiana que se empezó a implementar el uso de infiltrados dentro de las manifestaciones y protestas de los sectores estudiantiles, campesinos , del Magisterio y sindicales y lo hicieron de tal forma que las acciones vandálicas cometidas durante estos eventos justificaban el uso desmedido del aparato represivo del estado, amén del consiguiente desprestigio de los movimientos populares ante el resto de la población civil.







Este simple acto constituyó el germen de donde brotarían las maras como un poder constituido, con una estructura interna bien coordinada  y con una capacidad de respuesta asombrosa.













Por supuesto que el engrose de sus filas no iba a provenir de las altas capas de la sociedad, ni más ni menos. Las maras empezaron a seducir a niños de la calle, a muchachos con serios problemas familiares o económicos que encontraron en estas pandillas una solución temporal a sus necesidades afectivas o monetarias.


El aparecimiento de la Mara Salvatrucha o el de la Mara 18 no fue por casualidad, ni como un suceso producto de la persecución que las autoridades norteamericanas realizaban sobre ellas; simplemente fue por la necesidad de contrarrestar al movimiento popular y guerrillero que en ese entonces, acicateados por el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua y el papel que el FMLN jugaba en El Salvador, se estaba convirtiendo en una piedra en el zapato para los mandos militares y para los estados Unidos.

Es justo suponer, entonces, que las maras no funcionan sólo como un detestable grupo criminal, ¡nada que ver!, por desgracia las maras responden a otro tipo de estructura, más organizada y que les permite una especie de  lazier pazes, laissez fazer  para mantener controlada a una población que se crió con el miedo, vivió con el terror y sueña con angustia, tal es el caso de nuestra amada Guatemala.

Por tal razón, el intentar controlar a las maras viéndolas desde un punto de vista social, el querer encuadrarlas como producto de la desintegración familiar, el querer regenerarlas en prisiones preventivas o tratar de entenderlas como un producto de marginación social es, simplemente, gastar pólvora en zanates.

Ellos tienen el poder, gustan del poder, sienten el poder y el mero hecho de ver temblar a alguien frente a sus narices los regocija y reconforta. Un marero no se regenera, el que lo hace... se muere.

Debemos entender que un cáncer no se cura con aspirinas, debe extirparse por completo.





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